La Teoría del Apego, esta es una teoría
iniciada en los años cincuenta que parte de una perspectiva etológica, bien a
tono con los derroteros epistemológicos de su tiempo. Sus principales
exponentes, J. Bolwby y M. Aisworth plantean que la separación producida entre
un niño pequeño y una figura de apego es de por sí perturbadora y suministra
las condiciones necesarias para que se experimente con facilidad un miedo muy
intenso. Como resultado, cuando el niño visualiza ulteriores perspectivas de
separación, surge en él cierto grado de ansiedad. El propio Bolwby cree que su
planteo es una combinación de la Teoría de las señales y de la Teoría del apego
frustrado (Bolwby, 1985).
Bolwby pensaba que la relación
entre lo que provoca temor y lo que realmente puede dañarnos es indirecta. Sin
embargo compartimos con los animales ciertos temores: el desconocimiento del
otro ser o de un objeto; el temor a objetos que aumentan de tamaño o se
aproximan rápidamente; el temor a los ruidos intensos y el temor a
la oscuridad y el aislamiento. Nada de esto es peligroso en sí mismo pero desde
el punto de vista evolutivo tiene explicación: son señales de peligro,
por ejemplo, la presencia de depredadores que se perciben como seres extraños y
que se aproximan comúnmente durante la noche y la cercanía de un desastre
natural (Bolwby, 1985).
La tesis fundamental de la
Teoría del Apego es que el estado de seguridad, ansiedad o zozobra de un niño o
un adulto es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de
respuesta de su principal figura de afecto. Cuando Bowlby se refiere a
presencia de la figura de apego quiere decir no tanto presencia real inmediata
sino accesibilidad inmediata. La figura de apego no sólo debe estar accesible
sino responder de manera apropiada dando protección y consuelo.
Su teoría defiende tres
postulados básicos:
Cuando un individuo confía en contar con la presencia o apoyo de la
figura de apego siempre que la necesite, será mucho menos propenso a
experimentar miedos intensos o crónicos que otra persona que no albergue tal
grado de confianza.
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La confianza se va adquiriendo gradualmente durante los años de
inmadurez y tiende a subsistir por el resto de la vida.
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Las diversas expectativas referentes a la accesibilidad y capacidad de
respuesta de la figura de apego forjados por diferentes individuos durante
sus años inmaduros constituyen un reflejo relativamente fiel de sus
experiencias reales.
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Relevancia de la Teoría del
Apego
Es una teoría que a pesar de
su declarada filiación etológica, de adaptación, maneja muchos conceptos
propiamente psicológicos y de cualificación de la relación. Se destaca además
por investigar la perspectiva evolutiva del apego, lo cual no es común en otros
modelos.
Bolwby
parte de una perspectiva evolutiva de sesgo darwiniano, sin embargo, a pesar de mostrar una indudable orientación etológica al
considerar el apego entre madre e hijo como una conducta instintiva con un
claro valor adaptativo de sobrevivencia, su concepción de la conducta
instintiva iba más allá de las explicaciones que habían ofrecido etólogos como
Lorenz, con un modelo energético-hidraúlico muy en consonancia con los antiguos
postulados de la física mecánica. Basándose en la teoría de los sistemas de
control, Bolwlby planteó que la conducta instintiva no es una pauta fija de
comportamiento que se reproduce siempre de la misma forma ante una determinada
estimulación, sino un plan programado con corrección de objetivos en función de
la retroalimentación, que se adapta, modificándose, a las condiciones
ambientales (Oliva, s/a)
Es interesante
señalar que la Teoría del Apego investiga la ontogenia de las respuestas
a la separación e incluye referencias a Piaget al hablar de la interacción del
apego con el desarrollo cognitivo del bebé en la segunda mitad del primer
año de vida, cuando este logra permanencia del objeto. En las 28-30 semanas de
vida se da el punto de viraje es decir aparecen las respuestas a la separación
como evidentes; el bebé ha empezado a percibir el objeto como algo que
existe independientemente de sí mismo, aún cuando no lo perciba directamente
por lo cual puede iniciar su búsqueda. Hay experimentos de los 70 que
demuestran que la permanencia de las personas se produce primero que la
permanencia de los objetos inanimados (Oliva, s/a).
La tendencia a reaccionar con
temor a la presencia de extraños, la oscuridad, los ruidos fuertes, etc, son
interpretados por Bolwby como el desarrollo de tendencias genéticamente
determinadas que redundan en una predisposición a enfrentar peligros reales de
la especie y que existen en el hombre durante toda la vida. Aunque inicialmente
esta postura podría evaluarse como demasiado sesgada hacia la carga biológica,
en realidad, Bolwby completa su postura refiriéndose a una serie de circunstancias psicológicas y
culturales que dan lugar a estas reacciones. En este sentido hace referencia a
los peligros imaginarios, los indicios culturales aprendidos de otras personas
sobre el peligro, la racionalización, la atribución de significado a las
conductas de los niños por parte de los padres, la proyección y el contexto
familiar (Bolwby, 1985).
Como resultado de este
experimento Aisworth y Bell postularon lo que se conoce como los diferentes
tipos de apego:
Apego seguro:
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Es
un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque en la
situación experimental los niños lloraban
poco y se mostraban contentos cuando exploraban en
presencia de la madre. Inmediatamente después de entrar en la sala de juego,
estos niños usaban a su madre como una base a partir de la que comenzaban a
explorar. Cuando la madre salía de la habitación, su conducta exploratoria
disminuía y se mostraban claramente afectados. Su regreso les alegraba
claramente y se acercaban a ella buscando el contacto físico durante unos
instantes para luego continuar su conducta exploratoria. Al mismo tiempo en
observaciones naturalistas llevadas a cabo en el hogar de estas familias se
encontró que las madres se habían comportado en la casa como muy sensibles y
responsivas a las llamadas del bebé, mostrándose disponibles cuando sus hijos
las necesitaban.
Apego inseguro-evitativo:
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Es
un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque los niños
se mostraban bastante independientes en laSituación
del Extraño. Desde el primer momento comenzaban a explorar e inspeccionar
los juguetes, aunque sin utilizar a su madre como base segura, ya que no la
miraban para comprobar su presencia, por el contrario la ignoraban. Cuando la
madre abandonaba la habitación no parecían verse afectados y tampoco buscaban
acercarse y contactar físicamente con ella a su regreso. Incluso si su madre
buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento. Su desapego era semejante
al mostrado por los niños que habían experimentado separaciones dolorosas. En
la observación en el hogar las madres de estos niños se habían mostrado
relativamente insensibles a las peticiones del niño y/o rechazantes. Los
niños se mostraban inseguros, y en algunos casos muy preocupados por la
proximidad de la madre, lloraban incluso en sus brazos.
La interpretación global de Ainsworth en este caso era que cuando estos
niños entraban en la Situación del Extrañocomprendían que no podían contar con el apoyo de su
madre y reaccionaban de forma defensiva, adoptando una postura de indiferencia.
Como habían sufrido muchos rechazos en el pasado, intentaban negar la necesidad
que tenían de su madre para evitar frustraciones. Así, cuando la madre
regresaba a la habitación, ellos renunciaban a mirarla, negando cualquier tipo
de sentimientos hacia ella (Oliva, s/a).
Apego inseguro-ambivalente:
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Estos niños se mostraban muy preocupados por el
paradero de sus madres y apenas exploraban en la Situación del Extraño. La pasaban mal cuando ésta salía de la habitación, y
ante su regreso se mostraban ambivalentes. Estos niños vacilaban entre la
irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de
mantenimiento de contacto. En el hogar, las madres de estos niños habían
procedido de forma inconsistente, se habían mostrado sensibles y cálidas en
algunas ocasiones y frías e insensibles en otras. Estas pautas de
comportamiento habían llevado al niño a la inseguridad sobre la disponibilidad
de su madre cuando la necesitasen (Oliva, s/a).
Además
de los datos de Ainsworth, diversos estudios realizados en distintas culturas
han encontrado relación entre el apego inseguro-ambivalente y la escasa
disponibilidad de la madre. Frente a las madres de los niños de apego seguro
que se muestran disponibles y responsivas, y las de apego inseguro-evitativo
que se muestran rechazantes, el rasgo que mejor define a estas madres es el no
estar siempre disponibles para atender las llamadas del niño. Son poco
sensibles y atienden menos al niño, iniciando menos interacciones.
Otros estudios (Isabella, Stevenson-Hinde y Shouldice, en Oliva, s/a)
encontraron que en ciertas circunstancias estas madres se mostraban responsivas
y sensibles, lo que habla de una capacidad de actuar adecuadamente a las
necesidades de sus hijos. Sin embargo, el no hacerlo siempre hace pensar a los
investigadores que el comportamiento de las madres está afectado por su humor y
su grado de tolerancia al estrés.
El niño en este caso se comporta de modo tal que responde a una figura
de apego que esta mínima o inestablemente disponible; el niño puede desarrollar
una estrategia para conseguir su atención: exhibir mucha dependencia. Entonces
acentúa su inmadurez y la dependencia puede resultar adaptativa a nivel
biológico, ya que sirve para mantener la proximidad de la figura de apego. Sin
embargo, a nivel psicológico no es tan adaptativa, ya que impide al niño
desarrollar sus tareas evolutivas (Oliva, s/a).
B. Teoría
que centra el interés en el vínculo y la calidad de la interacción afectiva
inicial, congruente con toda la investigación posterior.
El
término interacción fue utilizado por primera vez por Bolwby en un famoso
artículo “La índole del vínculo del hijo con su madre” (Brazelton, 1993). Este
artículo ejerció una poderosa influencia en la aplicación de un modelo
observacional de la relación. Bowlby a diferencia de los psicoanalistas
anteriores sostuvo que el intercambio con la madre no se basa únicamente en la
simple gratificación oral y su concomitante reducción de la tensión.
Bowlby
tomó en cuenta la etología al describir el carácter muy activo de las conductas
de vínculo del niño. El pensamiento analítico anterior hacía mucho hincapié en
la dependencia del bebé con respecto a la madre, en la necesidad de
gratificación para mantener bajo control la tensión instintual. A diferencia de
esto, en Bowlby se aprecia el reconocimiento del rol del bebé en su voluntad de
suscitar respuestas en su madre, y se hace énfasis en la actividad y no en la
indefensión, en la facultad de promover conductas y no en la pasividad
(Brazelton, 1993).
Al hacer referencia al rol de la interacción Bowlby plantea que la
experiencia de separación real mina la confianza pero no es suficiente para que
surja la ansiedad de separación. Para ello es necesario que intervengan otras
variables como amenazas de abandono con fines disciplinarios, discusiones de
los padres con significado implícito de riesgo de separación, etc. Es muy
típico escuchar a muchos padres con la amenaza de: “Si no te portas bien, te
llamo al policía para que te lleve”; o “Te dejaremos solo”; o “Papá se
marchará”; o “Mamá se enfermará y se morirá”, o amenazas y/o intentos reales de
suicidio.
C.
Teoría de alto valor
heurístico, que continúa generando investigación y debate en la psicología.
Es
sorprendente el número de investigaciones en Psicología que se ha generado a
partir de la Teoría del Apego. En su artículo “Estado actual de la Teoría del
Apego”, A. Oliva resume varias líneas de investigación que se han abierto
a partir de los debates que generan aún hoy los planteamientos cincuentenarios
de Ainsworth y Bolwby.
Reseñaremos a continuación algunas de las polémicas más
importantes al interior de cada una de estas líneas de investigación.
1. Trasmisión
generacional del apego. La
transmisión intergeneracional de la seguridad en el apego ha sido cuestionada e
investigada en varios estudios. El hecho de que los padres seguros tengan hijos
con apego seguro, los padres preocupados niños con apego inseguro-ambivalente,
y los padres rechazados niños de apego inseguro-evitativo, ha sido probado en
varias investigaciones (Benoit y Parker, 1994; Fonagy, Steele y Steele, en
Oliva, s/a). Se ha encontrado que la capacidad predictiva que las
representaciones maternas tienen sobre el tipo de apego que establecen sus
hijos es de alrededor del 80%.
Estos datos ponen el acento en la transmisión intergeneracional del tipo
de apego entre padres e hijos. Los investigadores explican este fenómeno a
partir de los modelos internos activos que son trasmitidos a los hijos; que
fueron construidos durante la infancia y reelaborados posteriormente. Este
último aspecto es muy importante, ya que como señala Bretherton (en
Oliva, s/a) lo importante no es el tipo de relación que el adulto sostuvo
durante su infancia con sus figuras de apego, sino la posterior elaboración e
interpretación de estas experiencias. Es decir, no es tan determinante el tipo
de apego que se tuvo con los padres propios sino la reelaboración consciente e
inconsciente que luego, durante la vida y el cumplimiento del rol de padres se
haga de aquella experiencia.
El hecho de que exista la transmisión generacional
del apego no debe llevarnos a pensar que siempre es una copia exacta del apego
materno. Si bien los modelos representacionales del tipo de apego parecen tener
mucha estabilidad, algunos acontecimientos en la vida de los padres, pueden
provocar su cambio.
2. Apego múltiple.
Aunque Bowlby admitió que
el niño puede llegar a establecer vínculos afectivos con distintas personas,
pensaba que los niños estaban predispuestos a vincularse especialmente con una
figura principal, y que el apego con esta figura sería especial y distinto
cualitativamente del establecido con otras figuras secundarias.
A esto lo llamó monotropía o monotropismo y planteaba que era lo más
conveniente para el niño/a. Consecuentemente, una situación donde los niños
fueran criados por varias personas no sería adecuada. Más tarde Bolwby afirmó
haber sido malinterpretado sobre este particular (Oliva, s/a).
Es común que cuando un niño/a está triste o enfermo busque la compañía de su
madre preferentemente, pero también es posible que prefiera al padre.
Investigaciones realizadas en este sentido prueban que en el momento del
nacimiento los padres pueden comportarse tan sensibles y dispuestos a responder
a los bebés como las madres (Oliva, s/a).
El apego no sólo se produce con relación a las figuras parentales.
Aunque se admite que hay poca investigación al respecto, se sabe que con los
hermanos se logran verdaderas relaciones de apego. Los niños se ofrecen
unos a otros ayuda y consuelo en situaciones desconocidas o amenazantes
(Oliva, s/a).
En conclusión, los niños son capaces de establecer
vínculos de apego con distintas figuras, siempre que éstas se muestren
sensibles y cariñosas. No es de antemano negativa la existencia de varias
figuras de apego. Por el contrario puede ser muy conveniente, pues facilita
elaboración de los celos, el aprendizaje por imitación y la estimulación
variada. Incluso es una garantía para una mejor adaptación en caso de una
inevitable separación de los padres en caso de accidente, enfermedad o muerte
(Oliva, s/a).
3. Temperamento y Apego. Se ha pensado que
existe una relación entre el temperamento del niño y el tipo de apego que pueda
llegar a establecerse. Este tema ha creado un fuerte debate en los
últimos años, sin que se haya llegado a un acuerdo absoluto.
Hay varias hipótesis entre las cuales la que parece
recibir mayor apoyo es la que se conoce como: el modelo de bondad de
ajuste (Thomas y Chess, en
Oliva, s/a). Esta postula que el factor clave es la interacción entre las
características temperamentales del niño y las características de los padres.
Es decir, ciertos rasgos del niño pueden influir en el tipo de interacción
adulto-niño y, por tanto, en la seguridad del apego, pero en función de la
personalidad y circunstancias del adulto. Por ejemplo, la irritabilidad en el
niño puede suscitar respuestas completamente diferentes en dos personas de
distintas características de personalidad.
4. Apego madre-apego padre. Bretherton, (en Oliva, s/a) plantea que hay una
concordancia entre el tipo de apego que el niño establece con ambos
progenitores. Cuando el niño muestra un tipo de apego seguro en la Situación del
Extraño con la madre, es muy
probable que también sea clasificado como de apego seguro cuando es el padre
quien acompaña al niño en esta situación. También hay una clara similitud en
cuanto al tipo concreto de apego inseguro mostrado hacia ambos padres. Sin
embargo, los resultados reseñados parecen contradecir la hipótesis de “bondad
de ajuste”. Habría que investigar la influencia del paradigma experimental de
la situación del extraño en el tipo de apego encontrado, según la clasificación
tradicional.
5. Apego y “Day Care”. Hay muchas investigaciones con datos algo contradictorios en torno al
asunto de los cuidados alternativos a los bebés en su primera infancia y
la relación de apego.
Al parecer, los datos hacen difícil la generalización acerca de las influencias
de los cuidados alternativos sobre el vínculo que el niño establece con sus
padres. No puede decirse con certeza que estos cuidados necesariamente implican
mayor probabilidad de inseguridad en este vínculo. El elemento esencial parece
ser la calidad de los cuidados que se ofrecen al niño como alternativa a los
cuidados de los padres. Esto será lo que determinará la seguridad del apego.
Si los cuidados son adecuados y promueven que el niño pueda interactuar
con los padres sin ansiedad, no se espera que aparezcan problemas emocionales.
Por otra parte, la experiencia clínica ha aportado
sobre ciertos elementos a tener en cuenta en estos casos. Brazelton (1992)
indica la importancia de que los padres reconozcan los sentimientos dolorosos asociados
a dejar al bebé en un cuido; el tenerlos claros puede ser muy útil para manejar
la situación emocional que se genera en el ambiente familiar. Este autor
recomienda para facilitar la transición del hogar al cuido, que los padres
deben prepararse para ese proceso, deben comentar al niño/a , sobre lo
atractivo de jugar con otros niños, presentarlo a su cuidador/ra, permitirle
que lleven consigo un objeto de casa y recordarle cuándo regresarán a
buscarlo.
6. Validez
trascultural de la Teoría del Apego.
Siempre ha sido común entre los investigadores de este tema, la idea de que
distintas culturas que representan distintos ambientes de adaptación, tendrán
diferentes prácticas de crianza consideradas como las más adecuadas. Esto
traerá por consecuencia que variarán los comportamientos y reacciones de los
padres ante las llamadas y señales de sus hijos. Las prácticas establecidas con
los niños, que se consideran adecuadas en la cultura de pertenencia, no tienen
porqué ser compatibles con los principios de adaptación filogenética o
individual (Hinde y Stevenson-Hinde, en Oliva, s/a). Este es precisamente el
punto central de la polémica.
En tal sentido Oliva (s/a) reseña abundante investigación transcultural que
prueba que en ciertas culturas un tipo de respuesta ante las necesidades de los
bebés es más frecuente que en otras. Tomando como base el comportamiento típico
de los niños/as en la Situación del extraño se ha llegado a plantear la mayor o menor frecuencia
de aparición de los tres tipos de apego según distintas culturas, lo que desde
el punto de vista teórico es cuestionable. Creemos que lo que está en evidencia
aquí
además de la diferenciación cultural es la validez de este diseño experimental
para dar conclusiones sobre la “adecuación” de diferentes interacciones y
prácticas de apego.
Otras voces se han levantado para apoyar la validez
de una supuesta universalidad de la teoría del apego es decir, postular la
existencia de una relación, también independiente de factores culturales, entre
la responsividad materna y el tipo de apego establecido por el niño. Tampoco
sobre este punto se disponen de datos transculturales suficientes. El propio
Oliva cree que “…hay que definir mejor la sensitividad o
responsividad materna/paterna, teniendo en cuenta los factores culturales.
Pensamos que aunque puede haber un cuerpo o núcleo común de respuestas o
conductas del adulto cuya relación con un desarrollo favorable en el niño sea
ajena a la cultura, también habrá otras muchas que adquirirán su sentido en un
determinado contexto cultural, de forma que su influencia positiva o negativa
sobre el desarrollo socio-emocional del niño estará claramente mediada
culturalmente” (Oliva, s/a,
p.20).
Referencia
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